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Moto

En moto por las carreteras más peligrosas del mundo: Ricky Phoolka en el Himalaya

Ricky Phoolka es diseñador, director creativo, fotógrafo, motorista aventurero y buen amigo de Quad Lock. Y acaba de regresar del viaje de su vida, en el que ha recorrido algunas de las carreteras más peligrosas del mundo hasta llegar al Himalaya en la India.

Para facilitarle el viaje por los accidentados terrenos de la expedición, se incorporaron algunas modificaciones a su BMW 850 GSA:

  • Cubremanos Barkbusters para protegerle las manos
  • Quad Lock para el sistema de navegación
  • Un supresor del catalizador en el escape para aumentar la potencia
  • Neumáticos todoterreno superresistentes
Le hemos pedido que nos cuente su historia, así que aquí la tenéis… [lectura de 11 minutos]
La gran cordillera del Himalaya: expedición en motocicleta (por Ricky Phoolka)

Conducir una moto por la cordillera del Himalaya había sido mi sueño durante mucho tiempo. Solía imaginarme los paisajes majestuosos y remotos por los que pasaría, las maravillosas personas que conocería y la increíble sensación de aventura que experimentaría. Así pues, cuando tuve la oportunidad de hacer un viaje en moto por la vertiente india del Himalaya, me puse eufórico.

Tenía planeado montar y explorar algunas de las rutas más remotas y desafiantes de esta míticas cadena montañosa, que evocan parajes aislados, protegidos y atemporales. Al abrigo de las cordilleras del Himalaya y del Karakórum, Ladakh es uno de esos lugares. A veces recibe el nombre de "Tierra de la Luna Rota" por sus maravillosos paisajes lunares.

La BMW R nineT Scrambler habría sido mi motocicleta preferida para esta expedición, pero BMW Motorrad preparó la 850 GSA. Me hacía mucha ilusión, pero requería algunas modificaciones para poder enfrentarse al terreno accidentado y permitirme disfrutar mucho más del viaje. El motor tenía la potencia suficiente y la suspensión, al ser más alta, me permitiría circular por terrenos sin acondicionar. Teniendo en cuenta que iba a recorrer áreas bastante remotas, el soporte para motocicleta Quad Lock con capacidad de carga inalámbrica fue esencial para el teléfono y para el sistema de navegación GPS. Instalé los cubremanos Barkbuster para caídas inesperadas, un supresor del catalizador en el escape para conseguir más potencia y cambié los neumáticos de carretera por unos todoterreno con mejor agarre.

Como ya era octubre, el tiempo se me echaba encima. Me preocupaba el clima notoriamente impredecible de la región. Y, por supuesto, pronto se confirmarían mis temores. Fue una suerte haber traído toda la equipación de montar para climas cálidos y fríos.

Camino hacia el Himalaya: de Patiala a Bariagarh

Comencé el viaje en Patiala, una ciudad del sureste de Punyab. Amaneció un largo día de ruta, pasando por los exuberantes campos verdes de Punyab hasta el épico Himalaya. Mientras navegaba por las calles abarrotadas de la ciudad hacia la carretera, me encontré con un laberinto de automóviles, camiones y bocinas que creaban una sinfonía disparatada. Me mantuve alerta con todos los sentidos a flor de piel para detectar los posibles riesgos, ya que las reglas de tráfico parecían inexistentes. A medida que me acostumbraba al ritmo orgánicamente caótico del tráfico, comencé a maravillarme por la facilidad con que discurría todo.

A media tarde, llegué a Dalhousie, un colorido pueblo de montaña situado en la sierra de Dhauladhar. Recorrí los caminos sinuosos con impresionantes vistas hasta que, al caer la noche, llegué a Bairagarh. A 2148 m de altitud, era la última escala antes del paso de Sach. Aquí, el río Chandrabhaga servía de conexión con el valle de Pangi y sentí una emoción estimulante a medida que me acercaba a mi destino.

Ricky Phoolka

Una de las carreteras más peligrosas del mundo: Paso de Sach, valle de Panji

Al día siguiente, me enfrenté al mayor desafío hasta el momento, atravesar el tristemente célebre paso de Sach, que se encuentra en lo alto del Himalaya a la vertiginosa altitud de 4419 m. Con el corazón acelerado, seguí adelante mientras el terreno cambiaba de frondosos bosques a desoladas montañas rocosas y el aire se enrarecía. Bebí agua mezclada con sales de rehidratación oral, consciente de la necesidad de aclimatarme a la altitud extrema mientras recorría el peligroso paso de Sach.

La pista ascendía empinada hasta la cumbre de la cordillera de Pir Panjal y me quedé impactado por las vistas espectaculares. Al otro lado del paso de Sach había una cadena completamente nueva de picos montañosos cubiertos de nieve, cuya belleza prístina me dejó sin aliento. Hice una pausa para contemplar el majestuoso paisaje, siguiendo con la mirada el camino sinuoso desde arriba; todavía debía recorrer bastantes kilómetros hasta llegar a Killar.

El descenso fue traicionero, por un estrecho camino en la pared de un acantilado, salpicado de rocas sueltas, arena y, de vez en cuando, estruendosas cascadas. Después de cruzar el río Chenab, llegué a Killar, un pequeño pueblo al borde de un profundo desfiladero que desemboca en el río Chenab. Cansado y desanimado al no encontrar alojamiento allí, me armé de valor para continuar 74 km más hasta Udaipur.

Giros inesperados: Killar: Udaipur

El camino que serpenteaba a lo largo del río Chenab fue una pesadilla traicionera, el viaje más angustioso de mi vida. La oscuridad descendió enseguida mientras el sol, según mi percepción, desaparecía antes que nunca tras las montañas. Conducía con ganas, pero el frío era un enemigo implacable. Llevaba dos horas sumiéndome en su negro abismo cuando me encontré que la pista que tenía delante había desaparecido por completo bajo unas rocas colosales. No había forma alguna de pasar; las piedras que cubrían la calzada eran gigantescas, más grandes que un automóvil pequeño. Udaipur quedaba todavía a 25 km de distancia.

En aquel momento estaba claro que había embarrancado, así que no tuve más remedio que volverme a Killar. Mientras regresaba, no muy lejos del desprendimiento, me encontré con dos hombres al borde de la carretera. Trabajaban para el BRO, un organismo indio de construcción de carreteras que trabaja a las órdenes y forma parte de las Fuerzas Armadas de India. Me sugirieron que les dejara la moto y me acercase al siguiente pueblo, llamado Tindi, a unos 3 km de distancia, donde podría encontrar alojamiento. Me informaron que el derrumbe estaría despejado a las nueve de la mañana siguiente.

Puesto que no tenía más opciones, les dejé la motocicleta, me eché la mochila al hombro y crucé al otro lado del derrumbe. De la nada, apareció un automóvil que subía por la pendiente y tuve la suerte de que el conductor me llevara a Tindi. Por fin, encontré tan solo un restaurante local donde comí algo y conocí al dueño, que amablemente me ofreció alojamiento en su casa.

A la mañana siguiente, tras recoger ilusionado la motocicleta, estaba listo para emprender el viaje de 96 km hasta Jispa cuando ocurrió la tragedia. A tan solo 2 km de Tandi, escuché un estallido siniestro. Cuando miré hacia abajo, observé un gran corte en el neumático trasero. Se me cayó el alma a los pies; claramente era un daño irreparable. No me lo podía creer ¡vaya comienzo de viaje más desastroso! Me pasaron por la cabeza millones de pensamientos mientras sopesaba las opciones. Lo que parecía claro es que lo primero que debía hacer era llevar la bicicleta a Udaipur. Pero cobertura de telefonía móvil en la zona, ni manera de conseguir neumáticos nuevos, ¿qué podía hacer?

Lo más razonable parecía ser recorrer 22 km con el neumático dañado, lo que sería lento pero, con un poco de suerte, me permitiría llegar sano y salvo. Afortunadamente, encontré cobertura telefónica por el camino y me puse en contacto con la empresa a la que le había comprado los neumáticos. Me informaron de que podían enviarme dos neumáticos nuevos en dos días. Fue un alivio inmenso. Ahora, la misión era llevar la moto a Manali a tiempo. Después de un agotador viaje de 5 km, logré encontrar a un camionero que accedió a transportar la motocicleta. ¿Qué pasaría después?

Ricky Phoolka

El tiempo pasa: Manali

Los dos días previstos pronto se convirtieron en una semana entera de espera. Se me encogió el corazón cuando los planes de llegar a Ladakh comenzaron a desvanecerse con los últimos días de la temporada. El ciclo interminable de intentos fallidos mientras esperaba la entrega de los neumáticos no me permitía avanzar y me dejó exhausto, sin motivación ni esperanza.

Al final, después de tomar las riendas del asunto y realizar el seguimiento de los neumáticos, conseguí que me los entregaran, pero justo a tiempo de enterarme de que todas las carreteras que conducían a Ladakh se habían cerrado debido a la reciente nevada. Sin embargo, me armé de valor y me arriesgué a montar hacia Jispa, aferrado a un frágil hilo de esperanza.

Camino a Zanskar: de Jispa al paso de Shingo La

Al día siguiente, en Jispa, una densa niebla se había posado sobre las montañas y los caminos continuaban bloqueados. Estaba más que desesperado mientras me dirigía al puesto de control de Darcha, donde recé por que se produjese el milagro mientras esperaba el final de la jornada. De pronto, a las 15:30, una leve brisa de esperanza se abrió paso con la apertura del puesto de control. El cielo estaba negro y me llenaba de preocupación. Con la oscuridad al acecho, las probabilidades de que mi viaje tuviera éxito eran escasas.

Con el corazón desbocado, ascendí por el accidentado paso de Shingo La, a 5064 m. El aire estaba muy enrarecido y tenía la sensación de que me iban a estallar los pulmones. La temperatura se había desplomado de -4 a -7 grados y una copiosa nevada me caía encima, pero la chaqueta y los guantes de gore-tex me mantenían abrigado.

Cuando comencé a descender por el otro lado del paso, quedó patente que este iba a ser el reto más formidable. Las pistas sin pavimentar se habían convertido en hielo negro y resbaladizo. Era como bajar por una pista de hielo sin frenos. En cada giro helado me invadía el miedo; un movimiento en falso y fácilmente podía caerme por el precipicio. Mi supervivencia dependía de mantener la concentración entre tanto caos; cada segundo exigía extrema precaución. Pero si me empeñaba de verdad, existía la posibilidad de llegar a Zanskar.

Ricky Phoolka

El antiguo reino del Himalaya: Valle de Zanskar

Las temperaturas invernales bajo cero habían extendido sus dedos heladas sobre el territorio y lo habían aferrado como una garra de acero. La nieve cubría implacable los caminos de montaña, pero seguí adelante, impávido. Porque esta era mi cruzada, estaba persiguiendo mi sueño de explorar el antiguo reino de Zanskar en el Himalaya.

Mientras conducía por el valle de Kurgiakh en Zanskar hasta llegar al precipicio de Gumbok Rangan, que alcanza la vertiginosa altura de 5320 m, estaba casi seguro de que había entrado en otro mundo. Aunque el viaje parecía accidentado y largo, estaba lleno de belleza y maravillas. El paisaje superaba todo lo que habría podido soñar.

Vi un pequeño refugio donde me tomé una taza de té caliente; la oscuridad descendía con rapidez y desconocía los peligros que me esperaban, así que decidí acampar allí para pasar la noche. Cinco ríos atraviesan el paraje semidesértico de Zanskar; Henle, Khurna, Sandbar, Zanskar y Suru. Todos ellos desembocan en el gran río Indo. Las antiguas tradiciones y costumbres de Zanskar eran tan cautivadoras que en el ambiente flotaba una sensación de prodigios ancestrales.

Mientras recorría Purne, Padum y Rangdum, me maravilló la atemporalidad de la cultura de este valle. Las cumbres nevadas se superponían unas a otras en un horizonte brumoso en un precioso contraste con las aldeas de piedra y los antiguos monasterios que salpicaban el paisaje. Sentí que había retrocedido en la historia a un lugar en que la vida se movía a un ritmo más tranquilo que en nuestra época moderna. Pero fue en lo alto del paso de Pensi La donde realmente me quedé anonadado, contemplando el glaciar Drang-Drung rodeado de algunos de los paisajes más magníficos del planeta.

Un terreno agreste, gran altitud, condiciones complicadas en la carretera y largos trayectos contribuyen a la sensación de lejanía y desolación de Zanskar. Con cada paso cuidadoso por desfiladeros profundos, con cada curva traicionera en unas montañas cubiertas de nieve, la adrenalina hacía que se me acelerase el corazón. Sin embargo, yo experimentaba una dicha incontrolable al contemplar el encanto divino y etéreo de aquel lugar.

Ricky Phoolka

"Tierra de la Luna Rota": Ladakh

Al entrar en Kargil, me encontré de pronto con sus bulliciosas calles llenas de tráfico. Fue como pasar por un portal de acceso a la civilización; en cierto sentido, ya había comenzado a extrañar la sencillez de la vida en Zanskar. Después de descansar esa noche, tomé la carretera de Srinagar-Leh, que atraviesa algunos de los paisajes más extraordinarios que jamás había visto. El paso de Namika La está situado a 3699 m de altitud y el paso de Fotu La, a 4108 m. El terreno va cambiando cada pocos kilómetros y te ofrece en cada curva una nueva perspectiva singular de los imponentes paisajes.

Finalmente, llegué a Lamayuru, que alberga un famoso monasterio budista y misteriosos parajes que parecen lunares. Tomar estas fotos me colmó de una alegría inmensa; sin embargo, era consciente de que debía seguir adelante si quería llegar a Leh antes del anochecer. Los siguientes 120 km me brindaron vistas aún más impresionantes a medida que avanzaba a través de cumbres nevadas, rutas desérticas rodeadas de montañas y senderos empinados con curvas cerradas que pusieron a prueba mi aplomo.

Por fin llegué a Leh, la ciudad más grande de Ladakh. Allí pasé los dos días siguientes obteniendo los permisos internos que deben sacar los extranjeros que deseaban explorar la región. Con los papeles en regla, había llegado el momento de instalarme en la ciudad y explorarla.

Ricky Phoolka

Hacia el casi olvidado valle de Nubra, un "Shangri La" real

Nubra se encuentra a 125 km de Leh y para llegar allí hay que recorrer uno de los territorios más inhóspitos. Tuve que atravesar el impresionante paso de Khardung La. Tuve que recorrer alturas vertiginosas y soportar vientos helados. Este increíble paso de montaña a 5601 m de altitud, al que se llega por un vertiginoso camino de tierra y grava, supuso una enorme dificultad para mi progreso. Estaba tiritando de frío y me costaba respirar. Pero, sin ningún alivio a la vista, tenía que continuar.

Khardung La es la puerta de acceso al valle de Shyok y Nubra. Debido a la altitud del paso, este camino es una de las carreteras más altas del mundo transitable por vehículos de motor. Recientemente, el BRO ha construido una nueva carretera por el paso de Umling La (en Ladakh), que está a 5798 m. Esta es ahora la carretera transitable por vehículos de motor más alta del mundo.

Al otro lado del paso está el valle de Nubra, un "Shangri La" casi olvidado que alberga camellos de dos jorobas, dunas, paisajes panorámicos y monasterios. El valle de Nubra es la parte más septentrional de Ladakh. En tiempos, este paraje formó parte de la ruta comercial que conectaba el este del Tíbet con Turquestán a través del famoso paso del Karakórum. Su geografía de montañas, ríos, desierto y tierras es absolutamente singular.

Estaba absolutamente emocionado e ilusionado mientras bajaba con la moto desde el altísimo paso hasta las dunas del valle de Nubra a lo largo del río Shyok. Llegué hasta Turtuk, una aldea diminuta situada en el extremo de Ladakh cerca de la frontera entre India y Pakistán. Después, volví a Hunder, donde pasé la noche en un hotel.

Al día siguiente, el tiempo había cambiado y pude contemplar las colosales tormentas de arena que envuelven las montañas. La nieve, implacable, había cubierto la región en una crisálida blanca. A pesar de las difíciles condiciones meteorológicas, cuatro personas intentaron cruzar el paso de Khardung La en un Jeep, pero tuvieron la desgracia de perder la vida en el intento. La tensión se elevó cuando la noticia se difundió por toda la región. El paso de Khardung La quedó cerrado.

Era evidente que tendría que volver por donde había venido. Si no, podía quedarme atrapado en Ladakh hasta abril del año siguiente. La carretera a Manali ya estaba cerrada, así que mi única opción era atravesar Cachemira, pero dependía de si los pasos seguían abiertos.

Al día siguiente escuché rumores de que iban a abrir brevemente el complicado paso de Khardung La, pero solo para vehículos con cadenas. Sin amilanarme, me dirigí al puesto de control de North Pullu, pero me pararon en un control militar. No tenía otra opción, así que cargué la motocicleta en un camión para atravesar el paso. Aunque ya había recorrido este camino, parecía un lugar completamente extraño: una capa fresca de nieve se había asentado en su superficie, haciéndola súper resbaladiza y traicionera. A medida que descendíamos por las empinadas pendientes, me aferraba con fuerza a los costados del camión, con el corazón desbocado por el miedo. Por fin, después de cuatro horas, llegamos a Leh y, con un suspiro de alivio, bajé del camión.

Ricky Phoolka

La carrera hasta Cachemira: de Leh a Cachemira

No había tiempo que perder. Después de una noche angustiosa en Leh, agarré el equipo y comencé el trayecto hacia Srinagar. Sin embargo, en el puesto de control de Kargil me dijeron que el paso de Zozila estaba cerrado y que no se permitía que ningún vehículo pasara de aquel punto. Sin más remedio que buscar alojamiento, regresé a un hotel y esperé noticias sobre la apertura del paso. Milagrosamente, la noticia llegó al día siguiente y a toda velocidad me preparé para el viaje que tenía por delante.

Las carreteras heladas del paso de Zojila eran desalentadoras. Las blancas cumbres eclipsaban la ruta mientras conducía con la adrenalina latiéndome en las venas. Me encontré con un atasco de tráfico inexplicable. Había automóviles y camiones alineados a ambos lados, lo que obligaba a pasar por un estrecho tramo de carretera resbaladiza. Después de horas de espera, crucé el paso de Zozila hacia una Cachemira cubierta de nieve.

Ricky Phoolka

Una experiencia inolvidable

En el viaje de ida y vuelta, aprendes mucho acerca del país y pasas por muchas experiencias. Es inspirador en muchos sentidos. Los desafíos físicos del viaje fueron extremos, sobre todo los asociados al aire enrarecido en los parajes a gran altitud que recorrí. Pero la sensación de euforia al llegar a la cima de un paso de montaña particularmente extenuante lo compensa con creces. Mientras recorría los sinuosos caminos, sentía una auténtica sensación de estar consiguiendo una hazaña, un sentimiento de libertad y una intensa conexión con el paisaje que me rodeaba.

La expedición ha sido una experiencia inolvidable, repleta de paisajes espectaculares, aventura y gente maravillosa. Sin duda, ha sido una aventura única en la vida y estoy muy agradecido de haber podido disfrutarla.

Si quieres ver más contenido increíble de Ricky, no dejes de visitar su cuenta de Instagram que figura a continuación.

Instagram @ricky.phoolka

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